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Foto del escritorJuan Kleywegt

De grietas, pesadas herencias y los tres caminos de las fuerzas líquidas.


Las elecciones del último domingo 19 de noviembre en Argentina, aunque deberíamos remitir a un largo proceso que se llevó el 2023, nos dejan una ardua tarea a quienes desde la Ciencia Política pretendemos -si se puede y con lo que ello conlleva- esbozar lo que vendrá.

En primer lugar, una grieta que lejos de cerrarse parece reciclarse. Si el antagonismo de las principales fuerzas de los últimos años fue el símbolo del devenir de la política, este proceso eleccionario parece no haberlo resuelto aún con el intento de algunas de las partes contendientes. El nuevo gobierno, pese a pretenderse como superador de la misma, arrastra hacia adentro el apoyo, y veremos si coalición, de una de esas dos fuerzas antagónicas. La permanencia de una parece reavivar el leitmotivs de la otra. Como dos fuerzas que se ocupan permanentemente de diferenciar, pero por una lógica inercial, también son razón de existir la una de la otra.

La primera cuestión nos lleva al segundo punto. Aún con las brasas encendidas del último domingo, el fuego no parece apagarse. En esta línea, la primera pregunta que debemos realizarnos es si el presidente electo, un outsider en términos modernos, “quiere y puede” diferenciarse de sus fuerzas de apoyo. La resultante de -hoy en día- esa incógnita definirá el primer supuesto de estas líneas de pensamiento y podrá llevarnos a reestructurar nuestros análisis hacia otros espacios vinculados a la gobernabilidad, el sistema de poder naciente y el reacomodamiento de actores.

En tercer término, como es lógico las cámaras apuntan a la nueva perla de la política argentina, pero no debemos dejar de atender a los actores que ocasionalmente quedan en el reparto. En un lugar, el peronismo en todas sus dimensiones y expresiones. Cuando pareciera huérfano de ese liderazgo temporal de su candidato, no faltará mucho para que se empiece a reestructurar la fuerza que acompañó los últimos 80 años la historia política argentina. Y allí están los gobernadores del interior del país, el triunfante gobernador de la provincia Buenos Aires -con su propia lucha por ser y no ser parte del pasado en la nueva Argentina-, los fuertes intendentes bonaerenses y los representantes en un Congreso Nacional que pareciera llevarse muchas miradas en su rol de equilibro, control, negociación y garante de gobernabilidad. ¿Habrá lugar para algo nuevo en el espacio?

Por su lado la alianza de Juntos por el Cambio. Con un espacio duro del PRO inclinado a cumplir el rol de actor principal y garantista del nuevo esquema, y no una simple parte de la nueva estructura de poder. Un ala herida que podría pretender reconstruirse sin sus ataduras del pasado y lo propio en cuanto a sus congresales.

Por el otro, la UCR. Quien pese a por momentos haber cumplido un rol secundario, firme con su compromiso sostuvo su coalición hasta el quiebre forzado o no de la misma. Con un número considerable de gobernadores y el desafío de reconstruirse y diferenciarse del resto sin perder sus valores fundantes.

Una intervención aparte, pero no menos importante, merecería el análisis del resultado electoral e intentar descifrar los motivos de los electores, descontentos o no, con resultados matriciales que a 40 años de la recuperación democrática parecieran ser insuficientes porque de ello depende intentar comprender legitimidades -si las hubiese- a los diferentes espacios.

El esquema relacional que proponga el nuevo gobierno nacional, los senderos que recorran los gobiernos locales y el tipo de equilibrio que se de en el Congreso Nacional llevará muchas miradas de quienes pretendemos entender el devenir político del país. Los tres caminos de las fuerzas líquidas, parafraseando a Bauman, aún están por escribirse.

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