Consumidas ya dos décadas de este siglo, y ante una era que muchos denominan como de visión pospolítica, estamos siendo testigos de un fenómeno inédito en nuestro país. Dejemos en claro que al hablar de fenómeno no estamos hablando de valoración positiva o negativa, si no que es algo que no tiene precedentes.
Este fenómeno tiene nombre y apellido y es corporizado por el candidato presidencial Javier Milei, quien fue el más votado en las elecciones PASO del 13 de agosto, quedando bien posicionado de cara a las elecciones generales del próximo 22 de octubre. Hábil en el manejo de las redes sociales, pero irascible ante la repregunta, su novedosa personalidad es un canto de sirenas que atrae a parte del electorado.
Lo particular es que el caudal de votos lo personaliza él y no su partido y ni sus ideas. Es evidente la diferencia de los resultados si está presente en las boletas, como se puede observar en las diferentes elecciones que se han desarrollado durante el año. A modo de ejemplo podemos observar que obtuvo un 35 % en Santa Fe, pero su candidato a gobernador apenas superó un 6%. Algo similar ocurrió en Córdoba, donde él obtuvo más de 688.000 votos, aunque a su candidato a gobernador sólo lo votaron 50.000 cordobeses. Y esto se replica en varias provincias.
Ante estos resultados, si es electo presidente tendrá que gobernar sin ningún gobernador de su espacio, sin ningún intendente y sin mayoría en el congreso. ¿Cómo podrá consensuar alguien que es por demás confrontativo?
Con un discurso liberal en lo económico y conservador en lo político y social, es evidente que supo capitalizar el descontento de parte del electorado, que han visto sus expectativas relegadas durante los últimos ocho años.
Tiene a favor que no cuenta con el desgaste de haber gestionado, por tal motivo no se le puede echar culpas de ninguno de los ejes políticos en los cuales no se han cubierto las demandas que la sociedad solicita. Entonces sólo tenemos promesas, no hay una carga empírica sobre sus propuestas. Por eso es una incógnita si lo que plantea es viable, si realmente nos llevará a esa tierra prometida que propone.
No caigamos en los discursos de desánimo, la política no es mala palabra, un país no se construye destruyendo instituciones ni entregando soberanía. Se habla de casta, pero sus propuestas se harán efectivas en un hipotético segundo mandato, “o sea, digamos” en ocho años de gobierno. ¿Eso no te convierte en casta? O la propuesta de ahorrar en latas de atún resulta insuficiente para mejorar la economía.
Por eso es importante despojarse por un momento del enojo y reflexionar, así podemos decidir con serenidad a quien le vamos a delegar la responsabilidad de gobernar nuestro país durante los próximos cuatro años.
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