Las elecciones parlamentarias del primero de marzo configuraron el duodécimo mandato del Majlis (Parlamento iraní) y se llevaron a cabo en toda la nación, mientras que en paralelo se realizaron las elecciones por el sexto mandato de la Asamblea de Expertos, limitadas a una sola provincia.
El Parlamento iraní vuelve a quedarse en manos de los grupos afines al Gobierno, obteniendo la mayoría de los 245 escaños que se definieron, con otros 45 cargos a decidirse en abril o mayo dado que, en algunas circunscripciones, los candidatos no alcanzaron el 20% de los votos.
Las elecciones estuvieron marcadas por un elevado abstencionismo (la participación más baja en los 45 años de historia de la República Islámica). A lo anterior debe sumarse el hecho de que estas fueron las primeras elecciones desde la ola de protestas llevadas a cabo por la muerte de Mahsa Amini en 2022. Por otro lado, los comicios no contaron con una veeduría internacional.
El Ministerio del Interior iraní informó que más de 25 millones de personas ejercieron su derecho al voto, de al menos 61,17 millones de personas habilitadas, siendo 30,94 millones de hombres y 30,22 millones de mujeres. Si el gobierno no hubiera decidido mantener abiertos los colegios electorales por seis horas más, la cantidad de votos hubiera sido incluso menor.
El bajo porcentaje de participación expuso claramente el descontento civil, principalmente hacia el régimen y la delicada situación económica de la República, que ya se había manifestado anteriormente por medio del llamado al boicot, producto de la descalificación de contendientes de la oposición. A tal efecto, participaron políticos y activistas, entre ellos, Narges Mohammadi, la encarcelada premio Nobel de la Paz. En este aspecto, la oposición pretendía una apertura gradual de la Nación, idea que chocaba tajantemente con las aspiraciones del Gobierno. A efectos prácticos, tal contraposición significó la descalificación de un gran número de candidatos reformistas por parte del Consejo de los Guardianes, siendo este el órgano que permite o no, la candidatura de los aspirantes políticos.
Los reformistas resaltaron la muy baja participación ciudadana y que muchos candidatos opositores hayan sido vetados.
En este sentido, las cifras son menores que en las anteriores legislativas, donde la participación fue de un 42,5%, producto del contexto de la pandemia de coronavirus. Si se añade a la ecuación el porcentaje de participación en las elecciones de 2016, 61,6%, puede observarse como la legitimidad del oficialismo cae en picada tras cada convocatoria electoral.
No obstante, el índice de participación superó las expectativas que se tenían en base a las encuestas realizadas, las cuales auguraban solamente un 30%. Por otro lado, Teherán arrojó unas cifras cuando no menos alarmantes, donde la participación alcanzó a duras penas un 24%.
Ahora bien, que el 41% del electorado haya asistido a las urnas fue suficiente a los ojos del Presidente de Irán, Ebrahim Raisi. El mandatario había expresado su agradecimiento por la “alta participación” en las elecciones del sábado, donde también se realizaron en simultáneo las elecciones de la Asamblea de Expertos, la cual tiene lugar cada 8 años y solo se vota en la provincia de Jorasán del Sur. Sobre este último particular, Raisi se impuso ante un único rival con el 82% de los votos (275.464 votos de un total de 333.629), renovando su puesto en la misma por un tercer periodo consecutivo.
Un punto a tener en cuenta es que los resultados fueron develados recién a 3 días de celebrarse las elecciones. Si bien, prácticamente, era imposible una derrota de los ultraconservadores, no deja de ser un hecho llamativo, más aun teniendo en consideración el alto grado de abstencionismo.
Dicho esto, el próximo Parlamento iraní estará constituido mayoritariamente por sectores conservadores y ultraconservadores, adscriptos al Gobierno de Raisi y, por ende, con una marcada postura hacia los Estados de Occidente. Asimismo, de los nuevos funcionarios electos, solamente 11 son mujeres. En este sentido, pese a que el porcentaje de hombres y mujeres habilitados para votar haya sido muy similar, tal equidad no se traduce en la conformación del Parlamento.
El proceso electoral y los resultados finales pusieron de manifiesto dos puntos de vista diferentes. El primero, correspondiente a la oposición, ve al abstencionismo electoral y a la baja participación de la población como una lección para que los que administran el país estén al tanto que, de continuar por este camino, se producirán daños irreparables. Azar Mansouri, jefa del Frente Reformista, espacio no conservador que no presentó candidatos, expresó que “la voz de la mayoría silenciosa” debería corregir la forma de gobernar por parte del ejecutivo.
El segundo punto de vista, el del ejecutivo iraní, parece haber restado importancia a los acontecimientos, mientras señala la importancia de la victoria ante unos reformistas obstinados. En este sentido, donde la oposición ve al abstencionismo como una manera de indicar al gobierno los errores en la conducción, el gobierno ve pasión y comprensión en aquellos que acudieron a las urnas o, en propias palabras del ministro del interior, Ahmad Vahidi, “una magnífica movilización” del pueblo “a pesar de la poderosa y sin precedentes propaganda de los enemigos y del uso de todos los medios para disuadir a la gente de votar”.
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